The Healing Power of Pots and Pans
They left us badly wounded that first night of
the curfew.
Mourning once again for people we don’t know,
people who are part of our dreams. We go to bed fearful, sleepless, enraged.
These are times where the day doesn’t last, the
sun doesn’t warm, and the food tastes like powdered dish detergent.
People run around hurriedly, to get a pound of
cheese or to catch a bus, from the terror provoked by this situation, so
typical of fascism. The power of their gunpowder is hard to avoid, their
sinister words echo from all of the newspapers and form a crust on the
afternoon skin. It starts to get grey and cold. A light rain falls along with
people’s spirits all over Tegucigalpa.
Prisoner to the dictatorship, you go around and
around in the same old circles, with that sensation of death in the air. Your
jaw tightens, a tear wells up, and that bitter flavor in your mouth won’t go
away.
The moon’s night arrives and with her, that
sensation of imprisonment and deceit with which they try to contain us eases
just a bit.
That’s how the first night of the curfew goes,
so evocative of the 2009 coup d’état. Impunity reigning down on the bodies of a
people already so afflicted by coups and attacks, old or new.
Then, from the humblest corners of ordinary kitchens,
amongst dishes washed and organized, left in their place by a woman, a lid, a
pot for beans, a frying pan for pancakes, a humble comal for tortillas, they emerge. They rescue us from the shipwreck
thrust upon us by a dictatorship that tightens its grip with that old emotion
of defeat, trying to devastate us.
Ordinary dishes come out clanging, blowing on
the embers that we have in these territories called Honduras, where the hot
coals of hope don't go out, not even from the stomping of the military boot.
The cacerolazo,
the banging of pots and pans, is timid at first, then celebratory and joyful as
it extends beyond the time it was called for. A beautiful noise breaks through
the rule of the tyrant, it fills the same city where just a night before blood
was bursting, from bullets of a government gun, out of the body of a young
woman from a poor barrio. Kimberly is
her name, like that of many Hondurans nowadays. One of many deaths from this
dictatorship, added on to those that have been accumulating from the ferocious neoliberalism
of these years.
It was a needed and healing cacerolazo to tell each other that we
are sharing in these hours of enclosure, but not in silence, that we are re-thinking
ourselves, curing ourselves of the neoliberal curse, re-organizing ourselves to
deepen the struggle.
To make politics public through the roaring
voice of pots and pans as an answer to patriarchal brutality is a fabulous
strategy that re-energizes. It carries much of the intimate domestic wisdom
that we value, knowledge of the communal way, which it creates and feeds.
Melissa Cardoza, December 2017
CURA DE CACEROLAS
Nos dejaron malheridas con la primera noche del toque de queda.
De nuevo de luto por gente asesinada que no conocemos y es parte
de nuestras ilusiones, nos acostamos atemorizadas, insomnes, enojadas.
Así no dura el día, no calienta el sol y la comida sabe a paste
para lavar ollas. Corriendo la
gente hasta para comprar una libra de queso o tomar un bus por el puro terror que
provoca esta situación tan típica de los fascismos. El poder de su pólvora es difícil de evitar, sus malditas
palabras repetidas en todos los periódicos se van incrustando en la piel de la tarde. Se fue poniendo gris y una llovizna
fría caía sobre tegus acompañando el animo.
Presa de la dictadura, una da vueltas en círculo en los espacios
de siempre, con la sensación a muerte en el viento se aprieta
la mandíbula, la lágrima asoma y ese sabor amargo en la boca no se quita.
La noche de luna llega y con ella la sensación de cárcel y trampa
con la que nos intentan contener, aminora un poco.
Así fue la primera noche de toque de queda, tan memoria del golpe
del 2009. Esta impunidad sobre los cuerpos de un pueblo tan de por sí agobiado
por viejos o nuevos golpes.
Pero he ahí que del mas humilde rincón de una cocina cualquiera, entre
los trastos lavados y ordenados que una mujer dejara en su lugar, una tapadera,
una olla de frijoles, un sartén para panqueques, un humilde comal tortillero
vinieron a salvarnos del naufragio al que nos avienta con intención una
dictadura que aprieta la emoción antigua de la derrota hasta intentar devastarnos.
Trastes diarios vinieron con sus ruidos a soplar este rescoldo que
tenemos en estos territorios llamados Honduras, donde la brasita de la
esperanza no se apaga, aunque la machaque la bota militar.
El cacerolazo, tímido al comienzo, fiestero y alegrísimo a medida
que pasaba el tiempo convocado. Hermoso ruido que rompe el mandato del tirano, que
llena la ciudad donde sólo la noche anterior estallaba en sangre, con las balas
de un fusil oficial, sobre el
cuerpo de una joven de barrio popular llamada Kimberly, como se llaman ahora muchas hondureñas. Una entre
los muchos muertos de esta dictadura que suma a los que ha venido acumulando
con el neoliberalismo feroz de estos años.
Un cacerolazo necesario y sanador para decirnos que estamos compartiendo estas horas de encierro,
pero no en silencio, repensándonos, curándonos del mal neoliberal,
reorganizándonos para arreciar la lucha.
Hacer pública la política poniendo la ruidosa voz de los trastos
como respuesta a la brutalidad patriarcal es una fabulosa estrategia que
reanima porque tiene mucho de la intima sabiduría doméstica que valoramos y que
sabe del orden comunitario, pues
es su voluntad y lo alimenta.
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Melissa Cardoza, diciembre de 2017
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